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Congolos, Gallinazos o Recortados

9 de enero de 2005

Hoy que es el sexto aniversario de la muerte de mi papá he estado tratando de recordar las historias que él nos contaba. La que más recuerdo (y también la que menos porque los detalles se han disuelto a través del tiempo) es la de las tres grandes ramas de familias Duque que vivían en Samaná. Eran los Congolos, los Gallinazos y los Recortados. Al menos así los llamaban. No tenían relación de parentesco entre sí. Recuerdo que los recortados eran llamados así por su baja estatura, no recuerdo nada de los Congolos y los Gallinazos y creo que nosotros venimos de la rama de los gallinazos. Habrá que ver si es cierto.

Recuerdo también la historia del año nuevo de 1953 en que la “chusma” tomó por asalto la base aérea de palanquero y un sargento borracho que estaba de permiso y fue a pasar la noche en la base fue quien se apersonó de la ametralladora y en fin de cuentas salvó las instalaciones. Recuerdo las descripciones de las heridas de bala y cómo fueron oficiales de la base a despertar a mi papá para que atendiera los heridos o hiciera el levantamiento de los cadáveres.

Vagamente recuerdo cuando mi papá estudiaba en San Gil y tal vez en un días de elecciones hubo enfrentamiento entre liberales y conservadores y los estudiante lo contemplaban desde la ventana del sótano del colegio, que estaba a ras con el piso de la calle. Los habían escondido allí, a los estudiantes, para protegerlos de los enfrentamientos.

Y empiezan ahora a aparecer historias sobre mi papá, contadas por mi mamá. El hombre al que le ajustaba la mandíbula cada vez que se le desacomodaba y siempre era a media noche. El hombre que perdió su dedo corazón en una riña a machete y que siempre que pasaba por la droguería saludaba a mi papá con ese dedo, porque mi papá se lo suturó de nuevo a la mano y lo salvó. Innumerables casos de personas que el buen criterio médico de mi papá permitió diagnósticos tempranos de enfermedades graves.

Recuerdo cómo íbamos a desayunar a la plaza de mercado cuando yo estaba de vacaciones del colegio o la universidad y tanta gente que lo saludaba al pasar y él devolviendo los saludos incluso sin saber quién había sido el saludador.

Los sombreros y el poncho, también los tenis cuando iba a la finca. Los paseos en el camión de Don Benjamín, los grandes trozos de lomo que compraba y los desayunos con una gran taza de café negro, sentados en las bancas de las mesas de la finca. También cuando él abría los broches porque no dejaba que ninguno de nosotros lo hiciera, solo abríamos las puertas de golpe.

Hoy cumpliendo seis años de fallecido me llama mi mamá a contarme que la tía Elvia, hermana de mi papá murió también un nueve de enero.
Y esto me decide a escribir algo de las historias que recuerdo. Es probable que este “En Medio del Ruido” tenga continuación en algún otro a medida que vaya oyendo nuevas historias o recordando algunas otras ya contadas.

Comentarios

Anónimo dijo…
Conmovedor... me transporte totalmente a vivencias con mis abuelos y sus propias historias.. en Santander tambien... casualidad?
Aunque demasiado personal es interesante y muy bien escrito aunque violentamente despedido!
Felicitaciones por la pagina en general lecturas relajadas e interesantes... buenos pensamientos!!!