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Una ballena en el Támesis

Una ballena andaba de gira por Londres. Dicen que se distrajo siguiendo peces, como una niña que, corriendo tras un globo suelto y gritando de alegría, se extravía de sus padres. Pudo ser también que tareara viejas canciones, de la misma forma que los humanos vamos por la calle pensando en quién sabe quién, o nos pasamos del paradero correcto del transmilenio porque andábamos recordando o imaginando los abrazos de quien nos cambió la vida.


Aunque la ballena iba cantando, y eso no lo dicen quienes la vieron, su inaudible canción buscaba sólo un par de oídos. Centenares de peces y unos delfines que anteriormente habían ido por allí cuentan que en algún segundo piso cerca del Támesis permanece una vieja sirena, quien hace cientos de años se exilió voluntariamente en la zona, mucho antes que se construyera la torre, el parlamento o el Big Ben. La ballena iba llamándola con sus cantos ancestrales. Hay quienes aseguran haber presenciado que desde una silla de ruedas se lanzó al agua una anciana con una enorme y dorada cola de pescado, según pudo verse al caer la manta que cubría la parte inferior de su cuerpo. Las vieron escapar río abajo saltando alegremente.

En la orilla quedó la silla vacía y un sirviente tan viejo como la anciana. Dicen que responde al nombre de Ulises.

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