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Por qué (no) leemos (II)

En el post anterior mencionaba razones por las cuales la gente no tiene un hábito de lectura frecuente. En este planteo ideas sobre cómo mejorar ese fenómeno. 

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Los estudiosos están comenzando a reconocer que la literatura abarca hoy en día un campo más amplio que solo los libros. Hoy día, por ejemplo, importantes escritores dedican importante cantidad de su tiempo a la escritura de guiones originales para series de televisión reconocidas por la calidad de su producción y la profundidad de sus historias. Añadimos a esto las adaptaciones a la pantalla de obras escritas para formatos impresos tradicionales. Esas también son formas de consumir cultura y literatura

Para proponer soluciones o alternativas a las causa de por qué no leemos podemos buscar las causas de por qué la gente sí lee y determinar la brecha entre ellas y proponer maneras de 


  • Es divertido, es como oír al abuelo contar historias
  • Es útil, leo porque aprendo gramática, ortografía y vocabulario
  • Es la mejor forma de aprender sobre mi oficio o profesión y es a manera de mantenerme actualizado
  • Me gusta escribir y cuando leo conozco nuevas formas de hacerlo e invento nuevas posibilidades de mejorar y sorprender
  • Me distrae de la realidad
  • Es entretenimiento de mayor calidad que el de televisión y prensa
  • Lo acostumbro desde niño cuando leía con mis padres



Sin embargo aún es incierto por qué la gente lee, por qué hay fenómenos en ventas como la saga de Harry Potter o El código Da Vinci. Parece no haber evidencia empírica suficiente que permita dilucidar ese secreto y de haberla ya estaría siendo usada por los escritores y editores para publicar obras prefabricadas con el fin exclusivo de vender.

Puedo reunir en dos grupos las motivaciones de la gente hacia la lectura:

Leo porque me es útil. Son razones similares a “Leo porque me sirve para aprobar las materias en el colegio o la universidad, leo porque lo necesito para mi trabajo y conseguir mejores empleos al estar actualizado”
Leo porque me fascina. Hay algo en las obras que leo que me seduce, algo que va más allá de mi raciocinio y que hace que me encante leer

Todos sabemos por qué fumar es malo, por qué comer muchas grasas nos enferma y por qué hacer ejercicio nos hace bien. Pero eso nos impulsa poco a dejar de fumar, a comer saludable, a tener una rutina de ejercicio físico. Igual sucede con la lectura. Podemos encontrar fácilmente en la literatura y en internet artículos con los beneficios de la lectura pero conocerlos no tiene ningún efecto. Entonces, ¿debemos evitar usar esos argumentos para tratar de convencer a la gente que leer es importante? No. Podemos usarlos pero combinados de manera adecuada con otros mensajes y persuasiones.

Alguien que necesite mejorar su redacción para preparar los informes de la junta directiva puede ayudarse a lograrlo mediante la lectura. Le podemos informar los beneficios que produce y en seguida proponerle lecturas de su interés. Si, como en este caso es un administrador, podemos buscar buenas revistas de Gerencia y Administración de empresas donde sepamos que hay un editor cuidadoso con el lenguaje. Este tipo de lecturas le será útil y además lo acostumbrará al tipo de lenguaje y redacción que se usa en el campo de los negocios. De nada nos serviría sugerirle que lea poesía que, aunque termine gustándole, no tendrá el efecto específico que estamos buscando. Pero a lo mejor sea el camino de entrada para que esta persona termine leyendo literatura con fruición.

Cuando un médico ordena a su paciente que debe hacer ejercicio debe no solo indicarle cuál es el que más le sirve sino tratar de encontrar las rutinas que más gusto proporcionen al enfermo. Puede sugerirle ejercicios al aire libre si eso es lo que le gusta, o puede plantearle rutinas de gimnasio de alto o bajo impacto según la necesidad y el gusto, puede sugerirle algún entrenador o entrenadora atractivos que lo motive a realizar su rutina. En fin, persuadir a una persona a formar un hábito como el de la lectura no se logra solo con datos y evidencias. Hay que buscar también tocar las fibras del alma y encontrar la forma para que la actividad se vuelva habitual.

Usar el lenguaje y sus manifestaciones, como la lectura, debe ser algo placentero como practicar el deporte que nos gusta. Si hacemos una analogía rápida, podemos proponer que para ser igual de felices leyendo que jugando fútbol (escojo este deporte solo a manera de ejemplo) podríamos seguir una secuencia similar a esta:


  1. El niño conoce el balón y empieza a manipularlo
  2. Entiende cómo se comporta el balón y empieza a jugar con él
  3. Encuentra un adulto que lo guía y le muestra nuevas opciones con el balón
  4. Conoce las reglas del juego y decide cuándo seguirlas o cuando romperlas
  5. Encuentra amigos que también gustan del fútbol y se reúne con ellos
  6. Llega a acuerdos con sus amigos sobre cómo jugarlo, en qué campo, con qué balón, cuántas personas
  7. Va logrando la maestría en el uso de la pelota y va alcanzando niveles cada vez más profesionales
  8. Escoge en cuál posición jugará o en cual se divierte más
  9. Se involucra en campeonatos o exhibiciones
  10. Decide pertenecer a un equipo profesional
  11. Se hace experto jugador de fútbol
  12. Se vuelve una estrella con reconocimiento mundial

No todos tenemos que llegar a ser Lionel Messi, podemos escoger hasta qué nivel de avance queremos llegar o cuál necesitamos para el trabajo o estudio. No todos queremos ni podemos ser Vargas Llosa, Carlos Fuentes o García Márquez. Pero con entrenamiento y disfrutando el proceso podemos avanzar en nuestros hábitos de lectura. Y si ayudamos a los otros a encontrar su interés, lo que los fascina y lo que les es útil podemos aumentar su frecuencia de lectura a niveles antes no esperados.

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